miércoles, 30 de marzo de 2011

El Dorado

El Dorado es un lugar mítico que se suponía que tenía grandes reservas de oro y que fue buscado por los conquistadores españoles e ingleses con gran empeño, atraídos por la idea de un lugar con calles pavimentadas de oro, en donde el preciado metal era algo tan común que se despreciaba. Muchos de ellos murieron en el intento por descubrir la ciudad, ya que las largas expediciones transcurrían por la selva y a la dureza del terreno había que unir la falta de provisiones. Se suponía que estaba ubicado en alguna parte de la selva Amazónica, entre Ecuador, Perú, Colombia, Venezuela, Guyana, Bolivia o Brasil.


El mito empezó en el año 1530 en los Andes de lo que hoy es Colombia, donde el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada encontró por primera vez a los Muiscas, una sociedad ubicada en lo que actualmente se conoce como el Altiplano Cundiboyacense. La historia de los rituales muiscas fue llevada a Quito por los hombres de Sebastián de Belalcázar; mezclada con otros rumores, se formó allí la leyenda de El Dorado, «El Hombre Dorado», «El Indio Dorado», «El Rey Dorado». Imaginado como un lugar, El Dorado llegó a ser un reino, un imperio, la ciudad de este lugar legendario.

En busca de este reino legendario fue primero enviado Don Angel guerra por la corona de la Reina Isabel la Católica, sin suerte después de una profunda búsqueda por el Amabaya, sus pasos fueron seguidos entonces por Don Francisco de Orellana y Don Gonzalo Pizarro quienes partieron de Quito en 1541 hacia el Amazonas en una de las más fatídicas y famosas expediciones para encontrar El Dorado.

En 1636 Juan Rodríguez Freyle escribió una versión, dirigida a su amigo Don Juan, el cacique o gobernante de Guatavita:

«...En aquella laguna de Guatavita se hacía una gran balsa de juncos, y aderezábanla lo más vistoso que podían… A este tiempo estaba toda la laguna coronada de indios y encendida por toda la circunferencia, los indios e indias todos coronados de oro, plumas y chagualas… Desnudaban al heredero (...) y lo untaban con una liga pegajosa, y rociaban todo con oro en polvo, de manera que iba todo cubierto de ese metal. Metíanlo en la balsa, en la cual iba parado, y a los pies le ponían un gran montón de oro y esmeraldas para que ofreciese a su dios. Entraban con él en la barca cuatro caciques, los más principales, aderezados de plumería, coronas, brazaletes, chagualas y orejeras de oro, y también desnudos… Hacía el indio dorado su ofrecimiento echando todo el oro y esmeraldas que llevaba a los pies en medio de la laguna, seguíanse luego los demás caciques que le acompañaban. Concluida la ceremonia batían las banderas... Y partiendo la balsa a la tierra comenzaban la grita... Con corros de bailes y danzas a su modo. Con la cual ceremonia quedaba reconocido el nuevo electo por señor y príncipe».
El más desenfrenado expedicionario fue el vasco Lope de Aguirre, que sacrificó hasta la vida de su hija en la búsqueda desesperada de aquellos indios de oro.




jueves, 17 de marzo de 2011

Los héroes de Japón

Mientras el pánico nuclear provoca escalofríos en todo el planeta, un puñado de valerosos hombres y mujeres permanece firme ante el monstruo de Fukushima, combatiéndole armados con agua de mar. Ante acontecimientos terribles, a menudo, los seres humanos encuentran dentro de sí una valentía que quizá en la vida cotidiana dudaron tener. Un grupo de ingenieros, técnicos, bomberos, soldados y policías -muy conscientes del nivel de radiación y no obligados al sacrificio por una dictadura brutal- se interpone entre el desastre y el resto del mundo. Hasta hoy se les conocía como "los 50 de Fukushima" pero en las últimas horas el retén se ha reforzado y son ya 180 los operarios que luchan contra el desastre.



Los nuevos problemas sufridos por la central nuclear japonesa elevaron ayer la radiación a niveles dañinos para la salud. La empresa gestora de la planta decidió entonces evacuar la mayoría de los técnicos que intentaban mantenerla bajo control. De los 800 trabajadores que permanecían hasta entonces activos en la instalación, se quedó atrás un retén que esta madrugada (hora española) ha tenido que salir durante unas horas debido al alto nivel de contaminación, aunque ya ha vuelto a la misma.



Su esfuerzo consiste fundamentalmente en bombear agua de mar en los reactores fuera de control para contener el calentamiento de los núcleos. El terremoto y el tsunami inutilizaron los sistemas de refrigeración ordinario y de emergencia. Por tanto, actualmente se utilizan unas 14 bombas que han sido desplazadas hacia la planta.



Los miembros del retén, embutidos en trajes contra la radiación, con incómodos respiradores o pesadas bombonas de oxígeno, desempeñan las tareas externas en turnos, para reducir la exposición individual. En las pausas, se refugian en la central operativa, que goza de una particular protección contra la contaminación radiactiva. Las explosiones que afectan la planta van complicando aún más la tarea.



Los riesgos a los que están sometidos, aunque asumidos como inherentes a su profesión, como hacen bomberos o militares profesionales, no dejan de crecer. El Ministerio de Sanidad japonés anunció ayer que elevaría el límite legal de exposición a la radiación a la que puede someterse cada trabajador para que puedan permanecer más tiempo en la central, desde 100 a 250 milisievert. La cantidad quintuplica, según The New York Times, el máximo permitido para los trabajadores de las centrales estadounidenses.



"Sería impensable elevarlo más, teniendo en cuenta la salud de los trabajadores", admitió el ministro, Yoko Komiyama, que dejó entrever que hoy podrían entrar nuevos operarios a la planta, tal y como luego ha sucedido.



Un funcionario japonés citado por la cadena CBS asegura que ha logrado hablar con uno de los operarios que siguen en Fukushima, que le ha dicho que no tenía miedo a morir, pues era su trabajo. Según empleados del sector nuclear citados por varios medios estadounidenses, esta reacción no es extraña, fruto de una mezcla de sentido del deber y de lealtad y camaradería hacia los compañeros. A esto se une, en el caso de Japón, la fuerte identificación que los trabajadores sienten hacia sus empresas, y el sentido de sacrificio por el bien de la comunidad.



Las instalaciones están tan contaminadas que es difícil que los operarios permanezcan cerca de los reactores durante periodos largos. En el caso de tareas en zonas de alta radiactividad, puede que los trabajadores solo permanezcan unos minutos antes de ser sustituidos por otro compañero, según un experto citado por el diario neoyorquino.



El relevo de los operarios que luchan en Fukushima es una de las preguntas que planea sobre toda la operación. Tokyo Electric Power (TEPCO), la compañía que opera la central, no ha dado datos sobre la identidad de los trabajadores, cómo sustituirlos si están cansados o caen enfermos, ni hasta cuándo se espera que permanezcan en el interior. Solo informó ayer de que barajaba utilizar también helicópteros para echar agua a uno de los reactores. La cadena NHK ha informado del despegue de un aparato, pero finalmente la operación se ha suspendido por la radiación.



Los pocos datos difundidos no son alentadores. Cinco operarios han muerto desde el terremoto del pasado viernes, y 22 más han resultado heridos por diversas razones, 11 de ellos tras una explosión en el reactor 3. Dos permanecen desaparecidos. Un trabajador tuvo que ser hospitalizado tras agarrarse el pecho y no ser capaz de tenerse en pie, mientras que otro tuvo que ser tratado tras recibir radiación cerca de un reactor dañado.



El escenario recuerda cada vez más el desastre de Chernóbil. Al amanecer del 26 de abril de 1986, poco después del accidente, unos 600 hombres y mujeres trabajaban desesperadamente para enfriar el reactor y contener la radiación. De ellos, 28 murieron a los pocos días.



Entre 1986 y 1987, 226.000 personas, en su mayoría militares, fueron enviados por la URSS a trabajar en labores de contención en un radio de 30 kilómetros de la central. El número de víctimas causada por ese accidente es todavía objeto de controversia. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud limitó a medio centenar las muertes inmediatas, y a unas 4.000 los previsibles fallecimientos prematuros por cáncer. Otras instituciones elevan el balance mortal a decenas de miles.



Pidamos que estos héroes tengan suerte en su difícil, pero extraordinaria labor de refrigerar los reactores. Su esfuerzo es el de todas las naciones que nos sentimows más cerca de Japón.
El ejemplo de entrega del pueblo japonés es toda una lección de sacrificio y entereza. Ánimo desde Extremadura.

martes, 15 de marzo de 2011

Cuento para pensar

El coleccionista de sonrisas


El 26 de agosto de 1990, en la segunda página del ‘The New York Times’, se publicó la fotografía de un atentado producido durante la invasión de Irak a Kuwait. A pocos metros de los cadáveres de un par de civiles, una niña miraba lo que parecía ser una muñeca, mientras que el artículo correspondiente mencionaba a 18 kuwaitíes exiliados, que recordaban a sus más de 500 compatriotas muertos. Y si bien existía una relación entre el texto y la imagen, el rostro de la niña hablaba de otra historia, que no tenía nada que ver con los personajes retratados. Era como si ella hubiese acabado de sonreír hacía un segundo.

Albert O’remor no era corresponsal de guerra, pero a su representante le fue sencillo contactar con el ‘Times’ y venderle los derechos de la fotografía, porque O’remor gozaba de cierto prestigio en el ámbito artístico neoyorquino. Aunque prestigio no es el término más adecuado para definir su posición en ese gremio. Prácticamente no se hablaba de la calidad de su trabajo, sino del tema recurrente que siempre abordó en sus obras, derivando las conversaciones hacia los posibles orígenes de su obsesión, donde las opiniones eran encontradas e iban de lo dramático a lo sublime, pasando incluso por la burla. En lo que sí estaban todos de acuerdo era en que su ‘enfermedad’ era degenerativa. Si no fuese así, por qué otra razón viajó a Kuwait a retratar a esa niña, por qué necesitaba situaciones cada vez más dolorosas para capturar una sonrisa.

Albert O’remor, de madre danesa y padre irlandés, nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1958. Ya a sus cuatro años, Albert comenzó a manifestar una especial atracción por las sonrisas ajenas y, con el tiempo, pasó a convertirse en una profunda fascinación, despertando un incontrolable deseo por coleccionarlas. En su octavo cumpleaños, le obsequiaron una ‘Instamatic 133 de Kodak’. Como era de suponer, al comienzo, cualquier sonrisa le valía, mas ese comienzo fue muy breve, porque el mismo día en el que le regalaron la cámara, agotó el carrete con los rostros de los invitados que posaron para él y no pudo ver las imágenes hasta tres semanas después, cuando consiguió ahorrar lo suficiente para revelar los negativos.



Tras esa primera experiencia, se dedicó a sorprender a sus familiares con la intención de obtener sonrisas espontáneas. Los flashes provenían de debajo de una cama, del asiento posterior del coche, de entre las ramas, del armario y de cuanto lugar le sirviese para su cometido. Una vez completado su décimo álbum, volvió a cuestionarse, optando por incluir a desconocidos. Así lo hizo durante más de una década.
A pesar de aparentar ser un dato irrelevante, antes de proseguir, me gustaría destacar una de las series que formó parte de este período, compuesta por las sonrisas de una hippie que mostraban las distintas variaciones de la expresión con respecto al tipo de droga que ella había consumido. Esta serie -no en ese momento, pero sí cuando reflexionó al respecto- ocasionó queO’remor hiciese una pausa prolongada. Los siguientes dos años no tomó ninguna fotografía, los empleó en clasificar las 16,478 que ya tenía. Fue consciente de que una sonrisa al despertar tenía distintos matices que una al acostarse, que la de su hermano menor era distinta cuando veía a su madre que cuando veía a su padre, que la de su abuelo variaba en el día y no con la edad, que una sonrisa no era más bella por el rostro sino por la sinceridad y que, sin excepción, todos teníamos la capacidad para mostrarla. En ese punto tuvo dos sensaciones. Su colección era bella; sin embargo, no era tan especial. Cualquiera podría tener una como la suya, simplemente era una cuestión de tiempo y dedicación. Se quedó en blanco tres años más.

En 1984, volvió a coger la cámara bajo la siguiente premisa: “Todos podemos sonreír, pero no todos somos iguales”. Se puso a fotografiar a personas famosas. Le duró una semana. Las revistas de un quiosco contenían más de las que él podría conseguir en toda su vida. Se sintió estúpido por haber planteado una premisa tan vulgar. Lanzó otra: “Todos podemos sonreír, pero a unos les cuesta más”. Con el ánimo renovado, retrató a mendigos, minusválidos, a payasos sin disfraz, soldados de guardia y a cuanto estereotipo se le cruzó por la mente. Se dio cuenta de que no era tanto un asunto de personas… y se atrevió a lanzar una tercera: “Todos podemos sonreír, pero hay momentos en que nos es casi imposible hacerlo, porque no nos nace o nos lo prohibimos”.

Albert pasaba las mañanas observando los entierros y, en las noches, hacía guardia en la sección de urgencias de los hospitales. Una que otra vez, para variar la rutina, se asomaba a los incendios y a otras desgracias ocasionales, conducta que fue muy criticada tanto por algunas instituciones sociales como por la mayoría de los artistas neoyorquinos. No obstante, O’remor sostenía, de cara a sí mismo, que una sonrisa, en un momento de tragedia, evitaba que se destrozasen fibras emocionales profundas. Para valorar mejor su perspectiva, es necesario enfatizar que a él le deslumbraban las sonrisas y no las risas (ya sean con gracia o histéricas).

Unos meses antes de que Irak invadiera Kuwait, Albert O’remor se había instalado en Oriente Medio. Quería saber cómo eran las sonrisas de las personas que vivían en una tragedia constante. Sin duda, su fascinación lo colmó. Eso explica que el día en el que retrató a la niña del ‘Times’, cuando se produjo la explosión seguida de un tiroteo, en lugar de correr, le regaló la muñeca a la niña, para fotografiarla. En medio de esa sesión, una bala lo alcanzó. La pequeña dejó la muñeca y cogió la cámara
Tras su muerte, se realizó la primera exposición sobre su trabajo. La galería Leo Castelli presentó la “Smile’s Collection”, incluyendo la foto que tomó la niña kuwaití, la única en la que aparecía Albert O’remor.

por Rafael R. Valcárcel





sábado, 12 de marzo de 2011

Terremoto en Japón

BBC-EFE.- Más de mil personas pueden haber muerto tras el fuerte maremoto que sacudió ayer la costa nororiental de Japón, según fuentes del Ministerio de Defensa japonés citadas por la agencia local Kyodo.


El Ministerio de Defensa dijo que cerca de 1.800 viviendas en la provincia oriental de Fukushima fueron destruidas, por lo que la cifra final de muertos puede superar el millar, según esta agencia de noticias. Hasta ayer, el recuento oficial cuenta de 133 muertos y 531 desaparecidos.

MÁS VÍCTIMAS. Mientras tanto, en la localidad japonesa de Miyagi, la Policía señaló que se ha encontrado entre 200 y 300 cadáveres en las zonas costeras de la ciudad de Sendai, capital de la provincia, como consecuencia del tsunami.
A esto se suman docenas de desaparecidos, entre ellos los cerca de 100 pasajeros de una embarcación que fue arrastrada por las aguas en la costa oriental poco después de haber salido del puerto de Ishinomaki, en la provincia de Miyagi.
También existen numerosos heridos, entre ellos cerca de 60 sólo en Tokio, donde el maremoto hizo temblar los edificios, paralizó el servicio del metrobús y ha bloqueado las líneas de teléfono móvil, según las autoridades locales.
Ésta ha sido una de las zonas más afectadas, ya que el epicentro del temblor se situó en el océano Pacífico, a 130 kilómetros de su costa y a una profundidad de 20 kilómetros.
OTRAS CONSECUENCIAS. El terremoto también ocasionó cerca de 80 incendios en el norte y el este del archipiélago que obligaron a numerosas plantas industriales a suspender la producción.
Otros grandes grupos nipones, como Toyota, Sony o Nissan, también cerraron las plantas de la zona y evacuaron a sus trabajadores.
Para ayudar a los damnificados, el Gobierno de Japón ha desplazado a 8.000 militares a la zona más afectada y, según declaró el ministro de Exteriores nipón, Takeaki Matsumoto, el Ejecutivo pidió a Estados Unidos la ayuda de sus tropas desplegadas en distintas bases del país desde hace más de medio siglo.

Los barcos militares que EEUU tiene en territorio japonés no han sufrido daños, de acuerdo con la Armada estadounidense.
El Gobierno metropolitano de Tokio ha informado que ha establecido varios refugios en la ciudad para aquéllos que no puedan llegar a sus viviendas, mientras una multitud acudía a las tiendas de alimentos para aprovisionarse ante la perspectiva de una larga noche y por previsión.
El servicio del “Shinkansen”, tren bala japonés, después de suspenderse totalmente tras el seísmo, se restableció entre las ciudades de Tokio y Osaka, pero sigue bloqueado en el resto de la zona noreste del archipiélago, sector donde aún se sienten réplicas.
Las autoridades tratan de localizar el paradero de un tren que viajaba entre las ciudades de Sendai e Ishinomaki con un número indeterminado de pasajeros y con el que no se ha logrado contactar tras el fenómeno natural.



martes, 1 de marzo de 2011

los Almogáraves

Estas gentes que se llaman Almogávares no viven más que para el oficio de las armas. No viven ni las ciudades ni las villas, sino en las montañas y los bosques, y guerrean todos los días contra los Sarracenos: y penetran en tierra de Sarracenos una jornada o dos, saqueando y tomando Sarracenos cautivos; y de eso viven. Y soportan condiciones de existencia muy duras, que otros no podrían soportar. Que bien pasarán dos días sin comer si es necesario, comerán hierbas de los campos sin problema. Y los adalides que los guían conocen el país y los caminos. Y no llevan más que una gonela o una camisa, sea verano o invierno, y en las piernas llevan unas calzas de cuero y en los pies unas abarcas de cuero. Y traen buen cuchillo y buen correa y un eslabón en el cinto. Y trae cada uno una buena lanza y dos dardos, así como una panetera de cuero a la espalda, donde portan sus viandas. Y son muy fuertes y muy rápidos, para huir y para perseguir; y son catalanes y aragoneses y sarracenos.




Bernat Desclot, Libre del rei en Pere e dels seus antecessors passats, cap. LXXIX.

Fijaos bien en sus escudos y emblemas, ya comentamos en clase los estandartes de la Corona de Aragón.

El arte mudéjar en Extremadura

El Monasterio de Guadalupe es una de las obras cumbres del gótico mudéjar no sólo en Extremadura sino de toda España.

Tras la batalla del Salado, Alfonso XI ordena la construcción de una fortaleza con una iglesia adosada. La iglesia debió construirse a finales del siglo XIV y debió estar terminada en los primeros años del siglo XV. Cuando Los jerónimos se hacen cargo del monasterio en 1389 comienzan importantes obras de reforma como la fastuosa fachada meridional que sirve de entrada al templo, la construcción del claustro mudéjar incluyendo su célebre templete.
La citada fachada tiene puertas de arcos apuntados superados por tímpanos, marcos rectangulares y un gran rosetón, todo con tracerías flamígeras muy mudejarizadas.

Aquí os dejo un enlace muy interesante para completar tu información sobre este singular arte en nuestra comunidad extremeña.
http://www.dip-badajoz.es/ficheros/turismo/ruta_del_mudejar.pdf